Este año he pasado de odiar a amar Halloween. Así, sin matices ni medias tintas. Tanto que igual cuando vuelva a España (porque volveré, eso ni lo dudéis, pero no de momento que queda mucho Nueva York por exprimir) hasta lleno la entrada de mi casa de calabazas. Con estilo, eso sí, que de eso saben un rato los neoyorquinos (sobre todo los del Upper East Side).
Ahora entiendo por qué ya a finales de Agosto -finales de Agosto!- empiezan las decoraciones de Halloween. Esto no es un festivo más, this is serious. Y muy en serio se lo toman. He visto fachadas enteras (de 4 alturas) con muertos vivientes, servicios profesionales decorando entradas de casas y tiendas de disfraces que parecían tiendas de Zara (de grandes y de llenas). Pasear por Nueva York desde hace un par de semanas es como estar en un parque temático donde siempre hay un decorado mejor que el anterior. Me empezáis a entender por qué ha pasado a gustarme tanto este día.
Y con mis 36 años por primera vez me he disfrazado para la ocasión. El pasado fin de semana unos amigos organizaron una fiesta de disfraces y en el colmo de la originalidad (cosas de última hora) Fer y yo nos intentamos disfrazar como buenamente pudimos de Dracula. Y yo que pensaba que iba a pasar una vergüenza tremenda por la calle nada, lo de ir disfrazados aquí es el pan de cada día (diría que no solo en Halloween). Difícil llamar la atención en Gotham.
La fiesta de disfraces divertidísima, la resaca del día siguiente no tanto. Tuve la feliz idea de probar lo que llamaron el Jägermeister de aquí, un chupito de Fireball, y ya hay otra lista de bebidas que no volveré ni a oler. El domingo, aunque estaba tentada de pasar un día de recuperación en casa, decidimos irnos a Brooklyn Heights. Quería ver -y enseñaros- una de mis zonas favoritas de Nueva York en esta época de Halloween. Y por supuesto, no defraudó. Por la belleza de sus calles, pero también por sus geniales decoraciones. Ya lo veréis en el vídeo de esta semana.
Gracias por estar ahí. La próxima semana (y ya serán 16), más ♥