Instalados. Empezando por fin nuestra rutina neoyorquina. El café de nuestra cafetera, la primera lavadora en nuestro edificio, un primer domingo de prensa y desayuno lento, abrir la nevera para decidir qué comer. Esa sensación de estabilidad y tranquilidad después de tanta novedad y cambio desde que llegamos. Y de la que teníamos tantas ganas.
Escribo este post desde mi nuevo escritorio del estudio que ayer terminamos de montar. The Spaniel Studio en Nueva York. Wow. Ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado esto. Este proyecto que lancé hace casi dos años me ha dado alegrías enormes y me ha puesto frente a retos también enormes. El que tengo frente a mí es un buen ejemplo. Y voy a por él con todas las ganas.
Que los muebles hayan ido llegando ha ayudado también a esa estabilidad, por supuesto. Comer pizza en el suelo es muy romántico hasta que deja de serlo y quieres comer en una mesa sentado en una silla. Lo de las sillas lo conseguimos. Lo de la mesa… la tienda donde la compramos, de cuyo nombre no quiero acordarme, echa la culpa a FedEx y al covid. Empiezo a sospechar que la gente se escuda más de lo que debería en el covid.
Nueva York sigue entusiasmándome cada día. Me gusta su bullicio, su ritmo, sus sonidos, su energía y sus calles (sus calles me gustan muchísimo). Esta ciudad es inspiradora, aquí quiero aprender y hacer mil cosas nuevas (este blog puede servir de ejemplo). Se nota mucho la falta de turismo, sobre todo al ir a sitios que hace años recordábamos llenos. Las aceras no están llenas de gente, las ocupan solo los locales, así que eso nos ayuda a mimetizarnos con el ambiente. La ciudad tiene un encanto especial, pero es triste el motivo por el que está tan tranquila. Que vuelvan pronto el lío, los selfies y las compras compulsivas que tan bien le van a esta ciudad.
Si hay una cosa que nos gusta a Fer y a mí es pasear con Porthos. Pero nuestros paseos aquí superan todos los precedentes: la mañana del sábado a Central Park, la tarde del domingo a Roosevelt Island. Con Porthos en la mochila cruzando el East River en teleférico (está documentado, no os perdáis el vídeo). Tenerle con nosotros está siendo un regalo. Es un perro viejecito y feliz -una sorpresa de Fer hace 13 años-, que nos hace felices a nosotros. Se le paran a acariciar un montón de neoyorquinas preguntándome si es un cocker spaniel inglés, que aquí no se ven casi, y diciéndome que les encanta. Por eso me cae tan bien la gente aquí. El otro día recorriendo el paseo de Roosevelt Island junto al East River (por favor, apuntároslo sin falta para disfrutar del skyline más romántico de Manhattan al atardecer) recordábamos cómo hacía 4 años paseando por el mismo sitio soñábamos literalmente con pasear por el mismo sitio con Porthos. Y decidimos que las tardes de los domingos las pasaríamos ahí. Despidiendo la semana y cogiendo fuerzas para la próxima. Juntos, los 3 frente a Manhattan.
Gracias por estar ahí. La próxima semana, más ♥