Lo bueno de saber que vamos a vivir largo y tendido en Nueva York es que no tenemos esa prisa por ver eso, visitar aquello o probar lo que dicen que no te puedes perder en esta ciudad. Porque hay lugares a los que tenía no ganas de conocer, sino inmensas ganas de volver. Con tiempo y sin prisas. Brooklyn me enamoró la primera vez que me perdí con Fer por sus calles. Seguro que os suena Dumbo y esa calle mil veces fotografiada con los edificios de ladrillos enmarcando el puente de Manhattan al fondo -hotspot de influencers- pero esa es solo la la cara famosa de uno de los barrios más vibrantes y con encanto de Nueva York. Y desde luego ni mucho menos la más bonita.
Tenía ganas de volver a recorrer las mismas calles que recorrí por primera vez y me conquistaron aquel otoño de hace 4 años. ¿Las mismas? Las mismas. Hay algo especial en recorrer con distinta mirada un lugar que dejó huella en su día. Y con el día de sol que amaneció el pasado sábado, puente del Labor Weekend, no se nos ocurrió un plan mejor. Ferry junto al Parque de Carl Schurz y rumbo a Brooklyn a través del East River, recorriendo y disfrutando del skyline de Manhattan. Por el precio de un billete de metro, un trayecto de 50 minutos que no quieres que se acabe. Se puede ir en metro y se tarda menos, pero ¿quién lo prefiere? en invierno las personas frioleras como yo. Pero hay que aprovechar que seguimos en este verano tardío de Nueva York.
Llegar a Brooklyn y poner rumbo a Dumbo, donde disfrutar de un brunch en Archway Cafe (apuntároslo). Tirarse en el Brooklyn Bridge Park y disfrutar de las vistas más espectaculares de Manhattan. Y lo más importante, dejar atrás las masas de gente para adentrarse en lo más especial de este barrio: sus calles. Vibrantes algunas, tranquilas otras. Casas bonitas con carácter y ese sello tan neoyorquino y tan especial, con aceras llenas de árboles y fachadas con enredaderas que lo hacen todo más bonito. Imaginaos en Otoño qué espectáculo. Googlead Park Slope y me entendéis. O ved el vídeo de esta semana, más fácil todavía.
Brooklyn es especial por sus vistas, pero sobre todo por su gente. Aquí la gente con la que te cruzas te saluda, te sonríe con la mirada, te sabe turista y te da la bienvenida a su barrio, del que se nota orgulloso. En las puertas de las casas te encuentras botas, libros, utensilios en buen estado que sus dueños ya no necesitan pero saben que pueden tener una segunda vida en otro hogar. Ese concepto de vecindad tan en peligro de extinción nowadays -especialmente en Manhattan, donde lo de saludar en el ascensor es una rareza. Rara seguiré siendo, por supuesto -. En una de las casas por las que pasamos habían dejado junto a otras cosas un par de libros y uno de ellos me pareció demasiado tentador. Así que con mi nuevo libro A house in the Hamptons cedido por ese desconocido o desconocida entrañable seguimos paseando rumbo a Prospect Park (corazón verde de Brooklyn que no tiene nada que envidiarle a Central Park) a terminar el día de la mejor manera posible. Ah no, perdón, de la mejor manera fue terminarlo con un helado de cookies en Uncle Louie, antes de volvernos -esta vez en metro- a casa.
Cuando vengas resérvale por favor un día a Brooklyn, si me lees y te gusta hacerlo sé que te enamorará como a mí.
Gracias por estar ahí. La próxima semana, más ♥